*En las entrañas del antiguo templo de la Inmaculada Concepción, aparece la Virgen de la Soledad, que sin estridencias ha conquistado el corazón de generaciones
Miguel Ángel Contreras Mauss
Córdoba, Ver.- Entre el bullicio de los portales, el aroma a café tostado y la vida que late en cada esquina, existe un rincón donde el alma encuentra refugio: el templo de la Inmaculada Concepción, el más antiguo de la ciudad de Córdoba.
En pleno centro de Córdoba, descansa una figura que, sin estridencias, ha conquistado el corazón de generaciones: la Virgen de la Soledad.
Vestida con sobriedad, con un manto oscuro que envuelve su figura y una expresión de melancolía serena, esta advocación mariana representa a la madre que acompaña el dolor, que guarda silencio, pero nunca abandona.
Su altar, discreto pero cargado de simbolismo, recibe cada día a fieles que llegan con plegarias, lágrimas, agradecimientos o simplemente el deseo de estar cerca.
Su presencia en Córdoba data, según la tradición oral, de más de un siglo atrás. Algunos relatos apuntan que fue traída por misioneros inspirados en la devoción sevillana, como parte de las prácticas religiosas que marcaron la vida espiritual de la región durante el Virreinato.
Más allá de fechas y orígenes, lo cierto es que la Virgen de la Soledad ha echado raíz en esta ciudad, y se ha convertido en madre y consuelo de muchos.
Aquí no hacen falta procesiones multitudinarias para demostrar la fe. Su devoción es más íntima, más personal. Hay quienes le llevan flores cada viernes, quienes le encienden una veladora por sus muertos, quienes la visitan cuando ya no saben a quién más contarle su dolor. Su altar está siempre acompañado, aunque sea por una sola persona.
Visitarla es también una forma de reencontrarse con otra Córdoba: la espiritual, la silenciosa, la que sobrevive entre la historia y el presente. Entrar al templo, mirar su imagen y tomarse un momento para respirar, es un acto sencillo que reconforta.